Latido / Heartbeat de Sandra Gómez

En junio de 2014 por estas mismas fechas sucedía un festival en La Casa Encendida llamado ¿Qué puede un cuerpo? comisariado por Paz Rojo. Ahí tuvimos ocasión de ver una pieza de Sandra Gómez titulada The Love Thing Piece. Un trabajo que considero estrechamente conectado con Heartbeat.

Por entonces escribí:

“En las dinámicas posmodernistas, postcapitalistas, en la que los cuerpos sostienen los flujos de capital constituyéndose como figuras flexibles, capaces de ser ellas mismas simultáneamente el producto, el productor y el consumidor, la detención del movimiento no es posible. Nos coreografiamos en el gesto circular que fagocita la propia existencia. El progreso como premisa central del desarrollo no lo considera una opción, se trata de “producir o morir” “moverse o desaparecer […] La paradoja es que con esta dinámica no nos hacemos más débiles como se podría pensar. El desgaste es aparente. Reciclando nuestro baile fortalecemos el músculo encubierto del progreso (nosotros mismos) a través del movimiento preferido del capital: la deglución. El capital nos traga, nos mastica y nos vuelve a arrojar al mundo impregnados de su saliva (su aura). En este ritmo de baile no hay espacio para pensar en la detención. El cansancio es una herramienta que hace difícil otras derivas, derivas de la interrupción, de la creación de acontecimientos capaces de suspender el exceso cinético en el que experimentamos el cansancio como una presencia estable.”

Por entonces, intentaba establecer relaciones entre las formas introyectadas de la cultura neoliberal y las maneras de producir encuentros artísticos sensibles. Entre el flujo imparable del deseo capitalista y el flujo imparable del cuerpo. Entre el pulso incesante de la productividad del progreso con el movimiento constante de la danza como una de sus manifestaciones. Y sobre un factor común entre ambas: la dificultad de parar; la imposibilidad de la detención.

El sábado pasado asistimos a la revisitación de Heartbeat una pieza realizada posteriormente por Sandra, en 2016, de 3 horas de duración, presentada un 30 de octubre en aquel Teatro Pradillo ya desaparecido. Para aquella versión las puertas del teatro se mantuvieron abiertas. Las espectadoras podíamos entrar y salir en todo momento. Durante esas tres horas, el reiterado bit de la potente playlist de la pieza nos mantuvo atrapadas, vibrando juntas. Una experiencia de duración y acompañamiento.

La versión que vimos este fin de semana pasado, dentro del festival Domingo, duró 1 hora y 45 minutos:

Patio de La Casa Encendida, 22.30 hrs. Aforo reducido. Protocolo Covid. Linóleo negro sobre el granito del patio. Pantalla gigante con un electrocardiograma. Sandra Gómez, 5 años después.

Así sonaba su corazón al inicio de la pieza.

Audio y Edición Paulina Chamorro

…y entonces comenzaron a sonar los bits de la playlist. Una playlist de pista de baile como las de antes del antes, como de esas rave electrónicas que tantas buenas noches nos dieron en el antes del antes, esas que agitan la materia orgánica con sus ondas altas y bajas, que ponen en movimiento el silencio interno de las tripas de todos los cuerpos. No es posible escapar a la vibración del sonido, entra en la materia con su temblor.

…y Sandra inició su baile. A ratos circular como en The Love Thing Piece. A ratos rompiendo, interrumpiendo o escenificando una detención que de parón no tenía nada porque todo seguía temblando. Y bailó, bailó, bailó y bailó, en un ejercicio de resistencia que compartimos con ella.

Pero alrededor de mi se levantaba una pieza distinta a la del 2016.
Era una pieza diferente.

Mientras mi corazón se acoplaba al bit de Sandra, observaba que el cuerpo del agotamiento, ese de la sociedad del cansancio, estaba dando paso a un cuerpo gozoso, placentero en el movimiento. Un cuerpo que soñaba otras materias, un cuerpo blando y duro a la vez; cerrado y poroso simultáneamente; un cuerpo más vivo que nunca, más intenso y más frágil que el cuerpo autoexplotado: un cuerpo que revelaba deseo.

Imposible eludir los acontecimientos que han marcado las vidas de todo el planeta en los últimos años. El confinamiento, la enfermedad y las muertes. La inmovilidad obligada, las contradicciones, los socavamientos, las roturas, los derrumbes.

Ese cuerpo de Sandra, latiendo entre nosotras, me llevó a pensar en ¿cómo abordar la función y lugar del movimiento, de “lo que baila”, después de años de políticas de precarización, de necropolítica, de biopolitica violenta sobre los cuerpos y las identidades?

Y la respuesta estaba ahí: con el latido, con la vida, que es el obstinado bit de lo vivo. Obstinación presentada como resistencia, como carne que arde en la pista de baile.

Si en los 90’ la “ontología más lenta” de Gastón Bachelard, introdujo la detención como estrategia para practicar la interrogación histórica, en esta versión de Heartbeat, volvemos a encontrar preguntas en la inversión de las materialidades y sus energías (en sus performatividades). Ya no ponemos en el centro la expropiación de nuestra subjetividad y movilidad; ahora creo vislumbrar una reapropiación de otra clase de fuerza, de potencia, más simple y más compleja a la vez.

El cuerpo de Sandra, así como el de todas las que estuvimos esa noche en el patio de La Casa Encendida, parecía realizar un movimiento contrario al que puede resultar de la expropiación o privatización de nuestras vidas, caracterizado por la saturación y la inflación, y más identificable con procesos que escapan a nuestro control: El latido otra vez.

Un cuerpo que, retorciendo el músculo, agitando las entrañas, dando ver la fuerza de la fragilidad, hacía emerger un adentro con adentro, un tocar pared con pared, una constante vital convertida en potencia, en proyección, incluso en algún tipo de futuro…y me arriesgo a decir: esperanza.

El cuerpo de Sandra ya no se movía sosteniendo el flujo imparable del capital, se movía impulsada simplemente por su latido, por su corazón, por su deseo. Su cuerpo, puso en suspenso el círculo virtuoso de la producción artística para invitarnos a sentir la vibración, la del baile, la de estar vivas.

Así latía el corazón de Sandra al finalizar las pieza, 1 horas y 45 minutos después:

Audio y edición Paulina Chamorro

Heartbeat no es una pieza que se pueda inscribir en la celebración de la vida, porque ¿qué hay que celebrar realmente? Es menos que eso y más a la vez. Quizás se trate de un simple recordatorio: que latimos y que ese pulso vale la pena bailarlo.

El proyecto Vaho en Domingo ha sido financiado por el Fondo Nacional de Desarrollo Cultural y las Artes,
Convocatoria 2021, Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Chile.

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